De la «Rerum
Novarum» a la «Mater et Magistra»
Por el padre Jose Vidamor B. Yu
«Rerum Novarum
La Iglesia durante el siglo XIX vio los principales cambios que llevaron al
hombre a lograr mayores niveles de vida. La revolución industrial incrementó
el crecimiento de la población de toda Europa; los avances técnicos se
llevaron a cabo en las industrias, como el motor de vapor por ejemplo; lo que
llevó a un aumento de la producción. Las ciudades se expandieron y la Iglesia
contempló el nacimiento de ciudades en Europa. El capitalismo fue el sistema
económico adoptado que proporcionó una clase obrera urbana no controlada, un
proletariado que vivía en condiciones infrahumanas, explotado y desprotegido.
La fábrica sustituyó al campo agrícola en el ciclo diario de las empresas
humanas.
La clase más pobre de la sociedad atrajo una gran preocupación. Grupos evangélicos,
como los metodistas, se hicieron populares trabajando con la clase más baja de
la población. Se hicieron eco de un mensaje: la liberación y salvación de su
miseria y sus problemas pasa por la fe en la pasión y muerte de Cristo. Los
movimientos evangélicos se centraron en la autoridad y la inspiración de la
Biblia para la liberación de situaciones como ésta.
La Iglesia católica, por otro lado, tomó posición y proclamó sus reacciones
con la primera encíclica social de la Iglesia, «Rerum Novarum». La encíclica
del Papa León XIII, publicada el 15 de mayo de 1891, fue escrita dentro del
sistema de compresión del orden social de Santo Tomás de Aquino. Dos cosas
salieron a la luz en esta enseñanza: primera, la Iglesia negaba su apoyo para
la lucha de clases al atacar el socialismo según lo proponía Karl Marx, y
segunda, habló contra los diversos presupuestos del liberalismo económico, es
decir, el capitalismo.
«Rerum Novarum» enseña:
Primero: el avance del periodo de la industrialización causó injusticia en la
sociedad por la inhumanidad de los patrones y método descontrolado de
competitividad. «Disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de
artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose
las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros
antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e
indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de
los competidores» (Rerum Novarum, No. 1).
Segundo, «Rerum Novarum» mostraba su profunda preocupación con la enajenación
de los trabajadores de la Iglesia como resultado de la amplia brecha entre las
clases sociales. El socialismo intentó resolver este creciente problema pero
fue condenado por la Iglesia que, en su lugar, proponía una relación
equitativa entre el capital y el trabajo. León XIII explicaba que la situación
de empeoramiento debida a la relación entre socialismo y clase trabajadora de
hecho (es peor) que los males del sistema capitalista.
La encíclica explicaba que «los socialistas empeoran la situación de los
obreros, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la
comunidad, puesto que, privándolos de la libertad de colocar sus beneficios,
con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los
bienes familiares y de procurarse utilidades» (RN, 3).
Tercero, la encíclica social insiste en que el rico y el pobre, el capital y
el trabajo, tienen iguales derechos y deberes. Contra los socialistas, León
XIII defiende el derecho de los individuos a la propiedad privada. Es una
prerrogativa del individuo el ejercitar su propio derecho de poseer propiedades
como ciudadano de un país. Sin embargo, León XIII advierte de los abusos del
derecho a la propiedad privada. La encíclica coloca los límites de su uso
para evitar el abuso tanto de los individuos como de las propiedades. La
propiedad privada es una vocación y un derecho. León XIII afirma es «derecho
natural del hombre, y usar de este derecho, sobre todo en la sociedad de la
vida, no sólo es lícito, sino incluso necesario en absoluto. «Es lícito que
el hombre posea cosas propias. Y es necesario también para la vida humana»»
(RN, No. 17).
Cuarto, el pobre y el débil deben ser defendidos por el estado. El estado
tiene el inalienable deber de defender sus derechos. Estos derechos tienen que
ser protegidos religiosamente puesto que los débiles y los pobres confían en
el estado para su protección. El poder del estado se manifiesta a través de
su servicio al débil y al desvalido. El estado debe tener con el pobre «singulares
cuidados y providencia» (RN, No. 27).
Quinto, la relación entre patronos y asalariados se tiene que manifestar a
través de un salario justo que permita a los trabajadores sustentarse a sí
mismos y a sus familias. León XIII exhorta a que sea el estado quien tenga el
deber de asegurar la justicia de los patrones hacia los trabajadores. Si la
justicia no se puede mantener, será en detrimento de los asalariados, los
trabajadores, los negocios y el comercio y muy especialmente de los intereses
del estado que puede evitar la violencia, los alborotos y el desorden civil, así
como comprometer la paz pública. (ver RN 26).
Sexto, el estado tiene el derecho de intervenir en los problemas laborales de
sus ciudadanos para garantizar la justicia para todos. Sin embargo, León XIII
advierte que el estado no puede absorber a los individuos. Cada trabajador
tiene derecho a formar uniones con la condición de que estas asociaciones
deban asegurar sus funciones a favor del trabajador.
León XIII añade que «el constituir sociedades privadas es derecho concedido
al hombre por la ley natural, y la sociedad civil ha sido instituida para
garantizar el derecho natural y no para conculcarlo; y, si prohibiera a los
ciudadanos la constitución de sociedades, obraría en abierta pugna consigo
misma, puesto que tanto ella como las sociedades privadas nacen del mismo
principio: que los hombres son sociables por naturaleza» (RN 35). Los
sindicatos tienen también el derecho de respaldar los derechos legítimos de
los trabajadores.
Séptimo, el estado tiene el deber primario de salvar el alma del trabajador
individual. La protección de individuo no es un fin en sí mismo «sino tan sólo
el camino y el instrumento para perfeccionar la vida del alma con el
conocimiento de la verdad y el amor del bien» (RN 30). Debe ser vocación del
estado y de la Iglesia asegurar la salvación de cada ciudadano del país,
especialmente entre la clase trabajadora que constituye la parte débil y pobre
de la sociedad. Cualquier organización social tiene además el deber de
conducir a los trabajadores hacia la perfección religiosa y moral. (ver RN,
No. 39).
La encíclica «Rerum Novarum» de León XIII mostraba el conocimiento y
respuesta de la Iglesia a los signos de los tiempos. Era tarea del Papa
proporcionar principios sobre los derechos de los trabajadores y el deber del
estado basados en las verdades eternas.
«Rerum Novarum» fue un paso de gigante de la Iglesia hacia el logro de una
alianza con los trabajadores y los pobres, mientras resistía la tentación de
aliarse con la burguesía. El tema central de la encíclica se centró en las
condiciones de los trabajadores como efectos de la Revolución Industrial. Las
relaciones entre patronos y asalariados se deberían basar en la verdad, la
justicia, el amor y el respeto a los derechos inalienables del individuo.
Quadragesimo Anno
El impacto de la «Rerum Novarum» se recoge la encíclica «Quadragesimo Anno»
de Pío XI del 15 de mayo de 1931. Pío XI se centró en el principio de
subsidiariedad como una alternativa a la lucha de clases, al socialismo y al
capitalismo. Siguiendo los fundamentos y principios de «Rerum Novarum», Pío
XI perseguía la justicia social basada en los principios del Evangelio. La
Iglesia católica desea tomar la justicia entre la clase trabajadora y las
necesidades de los pobres a través de la atención social y la caridad. La encíclica
fue publicada en medio de la depresión del orden social, la subida del
totalitarismo comunista de un lado, y el capitalismo extremo de otro.
Pío XI destaca en su encíclica los siguientes puntos:
Primero, reafirma los principios precisados por León XIII que ganan respaldo
en medio de la gran depresión, en la edad de los dictadores y los despiadados
sistemas totalitarios de derecha y de izquierda. «Quadragesimo Anno»
desarrolla la doctrina social católica según las líneas de los grandes
principios evangélicos del amor, manifestado a través de la paz y de la
justicia, de la solidaridad, del bien común, de la subsidiariedad, del derecho
a la propiedad, del derecho de asociación y del papel fundamental de la
familia en la sociedad.
Al afirmar los derechos humanos básicos, «Quadragesimo Anno» preparó el
camino para los valientes ataques papales contra el nazismo («Mit Brennender
Sorge», 1937), el comunismo soviético («Divini Redemptoris», 1937), el
fascismo italiano («Non Abbiamo Bisogno», 1931) y el anticlericalismo masónico
en México («Nos es muy Conocida», 1937).
Segundo, «Quadragesimo Anno» afirma una vez más la vocación magisterial de
la Iglesia con la «reforma cristiana de la moral» (No. 15). La Iglesia tiene
el deber de educar al fiel con respecto a los principios sociales básicos
fundados en las sagradas escrituras. Respondiendo a los actuales signos de los
tiempos, la Iglesia tiene que llevar a cabo su deber de conducir a la sociedad
hacia sus más altos ideales satisfaciendo su deber de restaurar la dignidad de
los trabajadores.
Afirma que es la Iglesia quien «procura no sólo iluminar la inteligencia sino
también regir la vida y las costumbres de cada uno conforme a sus preceptos;
ella promueve la mejora del estado de los proletarios con muchas instituciones
utilísimas» (QA, 17).
Tercero, Pío XI ataca al socialismo como un sistema social que puede oprimir
la libertad humana a través del dañoso colectivismo. Es un sistema político
y económico de estado basado en la propiedad común que elimina el derecho a
la propiedad privada. Pío XI mencionaba dos objetivos del comunismo, a saber,
«la lucha de clases encarnizada y la desaparición completa de la propiedad
privada» (QA, 112).
Por otro lado, Pío XI expuso los males del capitalismo que conduce hacia el
individualismo extremo, que puede dejar sin protección los derechos de los
trabajadores. Una de las tareas del estado es defender los derechos del débil
y el pobre. Pío XI reiteró la petición de reforma de León XIII, diciendo:
«a los gobernantes toca defender a la comunidad y a todas sus partes; pero al
proteger los derechos de los particulares, deben tener principal cuenta de los
débiles y de los desamparados» (QA, 25).
Cuarto, Pío XI resaltó el «principio de subsidiariedad», que da libertad a
las pequeñas organizaciones económicas y sociales para tratar temas de menor
importancia. El estado no debería intervenir en ningún asunto, que las más
pequeñas organizaciones, negocios e instituciones puedan llevar a cabo por sí
mismas. La encíclica dice que «conviene que la autoridad pública suprema
deje a las asociaciones inferiores tratar por sí mismas los cuidados de menor
importancia, de otro modo le serán de grandísimo impedimento para cumplir con
mayor libertad, firmeza y eficacia lo que a ella sólo corresponde, y que sólo
ella puede realizar, a saber: dirigir, vigilar, urgir, castigar, según los
casos y la necesidad lo exijan» (QA, 80).
Mater et Magistra
Para llevar a cabo la misión de Cristo en la transformación del ambiente
social, Juan XXIII interpretó los signos de los tiempos desde la perspectiva
del Evangelio.
Primero, la Iglesia siendo una madre y maestra, Juan XXIII (en la encíclica de
1960 «Mater et Magistra») menciona los cambios que se observan en la
sociedad. A nivel tecnológico, el avance de la ciencia y la tecnología va en
aumento, el descubrimiento de la energía atómica fue un avance, la
modernización de la agricultura fue un signo de la protección y promoción
del sector agrícola, y los medios de comunicación y transporte ha manifestado
la interconexión de los pueblos de todo el mundo.
A nivel social, los trabajadores son más conscientes de sus derechos a estar
asegurados, a la educación, a la conciencia de pertenecer a sindicatos, y al
deseo de una vida conveniente. En el área de la vida política, la Iglesia ha
sido consciente del declive del colonialismo, permitiendo la aparición de la
nación-estado. La situación de posguerra ha dado lugar a un paso importante
hacia la afirmación de la unicidad de las culturas y las naciones. La gente
ahora se gobierna a sí misma y establece sus propias leyes e instituciones. La
Iglesia afirmó la independencia de los pueblos y culturas en la búsqueda de
su tarea de inculturación, diálogo, y otras formas de evangelización.
Segundo, Juan XXIII ha desarrollado el principio de subsidiariedad aplicado a
la interdependencia de los pueblos y naciones. La era del crecimiento económico
y tecnológico había convertido el mundo en una aldea global por medio de las
comunicaciones y el transporte. La complejidad en aumento de la vida socioeconómica
ha hecho que los pueblos deseen su interdependencia a través de asociaciones.
Tercero, Juan XXIII utilizaba a la persona humana como el criterio para evaluar
las situaciones socioeconómicas. La dignidad de la persona humana resulta
central para cualquier progreso político, económico y social. Destaca que, «por
tanto, si las estructuras, el funcionamiento, los ambientes de un sistema económico
son tales que comprometen la dignidad humana de cuantos ahí despliegan las
propias actividades, o que les entorpecen sistemáticamente el sentido de
responsabilidad, o constituyen un impedimento para que pueda expresarse de
cualquier modo su iniciativa personal: un tal sistema económico es injusto, aún
en el caso de que, por hipótesis, la riqueza producida en él alcance altos
niveles y sea distribuida según criterios de justicia y de equidad» (MM, 15).
Juan XXIII apuntaba que una economía justa no sólo significa la abundancia y
distribución de la producción de bienes y servicios. También incluye el
proceso del individuo como persona humana que es el sujeto y el objeto de estos
bienes y servicios.
Cuarto, es la vocación del estado de buscar y promover el bien común. «Mater
et Magistra» buscaba el diálogo entre la Iglesia y la comunidad internacional
con respecto a los derechos humanos. Es vocación de la Iglesia protegerlos y
defenderlos con total claridad. La promoción de los derechos humanos es una
misión imprescindible de la Iglesia. Juan XXIII usaba la expresión de su
predecesor Pío XII, «signos de los tiempos», como una oportunidad positiva
para la Iglesia de proclamar y responder a las necesidades de los tiempos a la
luz del Evangelio.
Quinto, es vocación de la Iglesia y de cada cristiano superar la desigualdad
excesiva entre los diversos sectores de la sociedad. Juan XXIII dice que la
persona humana es responsable de sus actos y tiene capacidad de conducirse a sí
misma (ver MM, 55). El ordenamiento del mundo material y social respetará la
dignidad de la persona humana.
La persona humana está creada a imagen de Dios y está enraizada en una
naturaleza que es física y espiritual al ejercitar el don de la libertad (ver
MM, 208). Es la preocupación de la Iglesia por la dignidad de la persona
humana la que hace que se esfuerce por resistir los cambios económicos y políticos
que pudieran comprometer la dignidad humana y la libertad.
ZSI03110102