AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II

Miércoles 17 de diciembre de 2003

 

Un Adviento de esperanza

1. "El reino de Dios está cerca. Estad seguros:  no tardará".

Estas palabras, tomadas de la liturgia de hoy, expresan el clima, impregnado de ferviente esperanza y oración, de nuestra preparación para las fiestas navideñas, ya cercanas.

El Adviento mantiene viva la espera de Cristo, que vendrá a visitarnos con su salvación, realizando en plenitud su reino de justicia y paz. La conmemoración anual del nacimiento del Mesías en Belén renueva en el corazón de los creyentes la certeza de que Dios cumple sus promesas. Por tanto, el Adviento es un fuerte anuncio de esperanza, que toca en lo más hondo nuestra experiencia personal y comunitaria.

2. Todo hombre sueña un mundo más justo y solidario, donde unas condiciones de vida dignas y una convivencia pacífica hagan armoniosas las relaciones entre las personas y entre los pueblos. Sin embargo, con frecuencia no sucede así. Obstáculos, contrastes y dificultades de diversos tipos abruman nuestra existencia y a veces casi la oprimen. Las fuerzas y la valentía para comprometerse en favor del bien corren el riesgo de ceder ante el mal, que parece triunfar en ocasiones. Es especialmente en estos momentos cuando viene en nuestra ayuda la esperanza. El misterio de la Navidad, que reviviremos dentro de pocos días, nos asegura que Dios es el Emmanuel, Dios con nosotros. Por eso, jamás debemos sentirnos solos. Dios está cerca de nosotros, se ha hecho uno de nosotros, naciendo en el seno virginal de María. Ha compartido nuestra peregrinación en la tierra, garantizándonos la consecución de la alegría y la paz a las que aspiramos en lo más íntimo de nuestro ser.

3. El tiempo de Adviento pone de manifiesto un segundo elemento de la esperanza, que atañe más en general al significado y al valor de la existencia. Con cierta frecuencia nos preguntamos:  ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué sentido tiene lo que hacemos en la tierra?, ¿qué nos espera después de la muerte?

No cabe duda de que hay objetivos buenos y honrados:  la búsqueda de mayor bienestar material, la consecución de metas sociales, científicas y económicas cada vez más altas, o una mejor realización de las expectativas personales y comunitarias. Pero, ¿bastan estas metas para colmar las aspiraciones más íntimas de nuestra alma?

La liturgia de hoy nos invita a ensanchar nuestra perspectiva y a contemplar la Sabiduría de Dios, que sale del Altísimo  y es capaz  de extenderse hasta los confines del  mundo, disponiéndolo todo "con firmeza y suavidad" (Aleluya).

Del pueblo cristiano se eleva espontánea la invocación:  "Ven, Señor, no tardes".

4. Conviene subrayar, por último, un tercer elemento característico de la esperanza cristiana, que el tiempo de Adviento pone claramente de manifiesto. Al hombre, que, elevándose de las vicisitudes diarias, busca la comunión con Dios, el Adviento, y sobre todo la Navidad, le recuerda que es Dios quien tomó la iniciativa de salir a su encuentro. Al hacerse niño, Dios asumió nuestra naturaleza y estableció para siempre su alianza con la humanidad entera.

Por consiguiente, podríamos concluir que el sentido de la esperanza cristiana, que el Adviento nos vuelve a proponer, es el de la espera confiada, la disponibilidad activa y la apertura gozosa al encuentro con el Señor. Él vino a Belén para quedarse con nosotros para siempre.

Alimentemos, por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, estos días de preparación inmediata para la Navidad de Cristo con la luz y el calor de la esperanza. Este es el deseo que os formulo a vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos. Lo encomiendo a la intercesión maternal de María, modelo y apoyo de nuestra esperanza.

¡Feliz Adviento! y ¡Feliz Navidad a todos!