«Dime cuál es tu esperanza»

Autor: Padre Marcel Bastin

 

 

 
«La más fuerte es la esperanza ... » Y Juana de Arco se extingue, abrasada en el fuego del amor. . Para el hombre que en este tiempo de Adviento se abisma en la Palabra de Dios, en todas partes está presente la esperanza, frágil y fuerte, niña desprovista de armadura, porvenir en continuo renacer. La esperanza...

«La esperanza hace vivir ... », afirman algunos que están a punto de morir, mientras otros, con Péguy, descubren que Dios dice: «¡la fe que yo prefiero es la esperanza!». Una esperanza que es todo lo opuesto-a la resignación.

 
El itinerario del Adviento, es decir, de la venida, del advenimiento, es como una obra de paciencia en la que el hombre tiene que descender a profundidades cada vez mayores para descubrir la semilla escondida que tantos frutos ha producido ya en la tierra que es el hombre. Desde Jerusalén en ruinas hasta el humilde nacimiento en Belén, desde el desierto de los desterrados hasta el del bautismo, todo nos está incitando a ir más allá.
En este itinerario se perfilan tres etapas.
Tiempo por venir, en el que la voz de Isaías no cesará de proclamar la llamada del Dios que se acuerda.
Tiempo del precursor, en el que el profeta nos convocará al desierto para señalamos al Esposo, al Dios de la Alianza.
Tiempo de los alumbramientos, en el que el Espíritu envuelve a la Virgen y a la estéril para alumbrar el manantial que estaba prometido a nuestra esperanza.
Se abre el Adviento con unos oráculos de restauración política, y se cierra con la contemplación de un rey manso y humilde de corazón.
Pero entretanto habremos seguido a Juan, la señal de que «Dios se ha compadecido».
 
Isaías. El destierro. La restauración. Hoy, el clima de crisis hace que los hombres retornen, como de modo espontáneo, a un vocabulario profético: hay que posibilitar el porvenir, preparar un mundo nuevo, hacer frente... ¿Para qué negarlo? Los grandes textos de los profetas están cargados de compromiso político; quizás, incluso son los únicos que formulan el sentido de una política que no queda atascada en las arenas de la desesperación, ya que hablan de un mundo según Dios.
Si leyéramos a Isaías manteniéndonos ajenos a la miseria, la injusticia y la tortura que asolan el mundo de hoy, nuestro Adviento quedaría reducido a una oración inútil.
La esperanza sólo es digna de fe cuando recoge el clamor de los desgraciados.
La esperanza que nosotros celebramos es la esperanza de un pueblo, pues la liturgia nunca es un acto individual. Pero sucede que llorarnos como lloraron nuestros padres desterrados a orillas de los ríos de Babilonia... En otro tiempo, estábamos sólidamente anclados en la Ciudad... Hoy somos un pequeño resto... Para este pequeño «resto» proclama el profeta la Buena Noticia. Si la esperanza pretendiera apoyarse en la fuerza de los poderosos, ya no sería esperanza.. Hoy hemos descubierto que la llamada al desierto es algo muy distinto de una poesía sin alma para turistas apresurados.
Si en la Biblia se estrecha continuamente el camino para llevar a Jesús, es que Jesús viene al corazón de los pobres, en pleno desierto, fuera de las murallas. Sorprende la actualidad de Juan Bautista: hubo un hombre enviado por Dios para proclamar la necesidad de la conversión y señalar al verdadero Mesías, sin ocupar el lugar de éste. Juan, un hombre humilde, como tiene que serlo la esperanza.
En el desierto, Juan tiene la ambición de reconstruir el Pueblo de Dios. Renace una comunidad; una Iglesia despojada del barniz fariseo y de las solemnidades sacerdotales; una Iglesia con la mira puesta en el advenimiento. Con el Bautista, la antigua Alianza culmina en un extraordinario golpe de efecto: «¡Viene nuestro Dios!».
Pero esta cara visible del profeta no puede ocultar la otra, que es frágil y está tan próxima a nuestras preguntas: «¿Eres tú el que ha de venir?» Dramático interrogante éste, marcado por el temor a comprometerse a favor de un Mesías cuya ternura parece carecer de armas eficaces para derrotar al adversario. Eso no es un obstáculo; Juan es para nosotros el dedo que señala al Cordero de Dios. Sus dos manos, extendidas en ademán de ofrecerse, reciben la alegría del Esposo. En esta actitud le representa la iconografía oriental.
Viene... Nuestro itinerario se va estrechando y convergiendo hacia unas viviendas humildes, unas mujeres en estado y unas personas desplazadas. El Espíritu, que también sabe soplar huracanadamente, se hace discreta brisa mañanera. El Magnificat puede ser muy bien un canto de revolución; la ardorosa danza de la Visitación puede recordar el reencuentro con el Arca recuperada; ¡nada puede impedir a aquellas mujeres, María e Isabel, cantar y danzar, exultantes de gozo por unos hijos recién concebidos!
 
La esperanza es una niña que necesita que la lleven de la mano... ¡Pero es ella la que os lleva a vosotros! El Adviento acabará al llegar la Navidad. Nosotros iremos hasta el lugar de cita de los pastores. Dichoso el que cree en el nacimiento, es decir, en el futuro siempre posible. Isaías había anunciado: «la virgen da a luz un hijo ... » El destino de los profetas es ése: ¡hablar sin saber!
El nombre de Emmanuel canta dentro de nosotros como una esperanza loca. Dios está con nosotros con rostro de niño, pues los niños son los únicos que saben lo que quiere Dios.
«La justicia y la paz se besan... Él lobo y el cordero se llevan bien». Se diría que es un juego de niños. Pero ¿no consiste la esperanza en vivir lo imposible como quien juega? ¿No nos dice Dios que construyamos el mundo sin tener más manual que nuestra imaginación? Además, no deberíamos impedir a los niños jugar...